Culminó el segundo gobierno de Michelle Bachelet y, al igual que el anterior, su sucesor vuelve a ser Sebastián Piñera, generándose un ciclo bastante particular en nuestra historia reciente.
Bachelet termina un mandato que, en lo inmediato y en lo mediático, parece más marcado por los escándalos y errores que por los logros para el país.
Un gobierno que partió inspirado e impulsado por los movimientos sociales que pedían cambios en la educación, inclusión, derechos civiles y políticos y, por cierto, también de la constitución, temas en los que, indudablemente, se avanzó -más allá de las tareas pendientes-, teniendo hoy los chilenos un país más justo.
Sin embargo, la sombra del caso Caval, las pugnas entre y con los partidos de la Nueva Mayoría, además de numerosos episodios cuestionables en lo ético como el reciente nombramiento como notario del ex fiscal Luis Toledo, sembraron una permanente desconfianza en la ciudadanía que terminó pagando el candidato oficialista Alejandro Guillier, abriendo las puertas de La Moneda nuevamente a Piñera, a pesar de sus oscuras sombras y las de Chile Vamos.
Y aunque Bachelet culmina su gobierno con una baja aprobación, lo cierto es que deja a la Nueva Mayoría con una orfandad de liderazgos que deja al conglomerado político -si es que sigue existiendo como tal- con la tarea cuesta arriba pensado en las próximas elecciones presidenciales.
Udo João Gonçalves Flores
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