La crisis de seguridad se toma la agenda y la violencia se cuela por todas partes. Las muertes violentas nos remecen y llenan de inseguridad. El valor de la vida parece en entredicho.
Esta sensación que nos pone en alerta, a los más afortunados, nos dura mientras vemos las noticias. Pero es lo que viven cada día las personas más excluidas de Chile. En poblaciones donde el narco despliega sus tentáculos y muestra su poder y en calles de sectores céntricos, donde, al caer la tarde, sus habitantes se “guardan”, las personas en situación de calle quedan a merced de lo que venga.
En invierno es la inclemencia del frío y la lluvia; ahora, en verano, están siendo las inéditas olas de calor. Y como telón de fondo están la exposición y desprotección permanente a la violencia más cruenta. Esa donde la vida no importa, porque se puede reemplazar por un siguiente “soldado”. Ese que podemos ver en el rostro de una persona en situación de calle, de un joven desescolarizado que limpia vidrios en las esquinas, de una mujer extranjera mendigando y de tantos otros perfiles.
Cuando Sergio, que vive en calle actualmente, dice: “Lo más peligroso ya no es morir de hambre. Ahora, lo que realmente puede acabar con tu vida es caer en manos de narcotraficantes que te torturan o asesinan”, ¿qué le respondemos? Que el país está consciente de esta inseguridad y violencia, pero que ellos no están ni siquiera en la fila de espera de una solución.
La calle mata. Y con altas probabilidades de que sea de manera violenta y/o solitaria. Pero la indolencia nos impermeabiliza los sentimientos, nos anestesia la empatía, y vamos perdiendo, sin darnos cuenta, el valor de la vida humana.
“Donde el narcotráfico pega fuerte, la gente confunde a los que vivimos en la calle con los narcotraficantes. Eso es injusto. Nosotros no escogemos estar en la calle, pero ellos sí elijen envenenar a su gente”, reflexiona Sergio. Y agrega: “Con el miedo a los narcos, nadie nos ayuda, nos rechazan más. El municipio nos desaloja, los carabineros nos persiguen, creyendo que guardamos droga o protegemos a los narcos, pero eso es mentira. Los narcotraficantes nos están matando, porque no tenemos ni documentos, ni familia, ni amigos, ni nada. Y pueden usarnos, pueden matarnos sin que a nadie le importe. Ahora, la gente nos mira peor que antes. Es como si nos dejaran aún más en la calle”.
Sergio explica que el tiempo en la calle ya no se mide en días, sino en pérdidas. Cada tres días, una persona sin hogar desaparece en Chile y un tercio de estas muertes son resultado de violencia ejercida por otros.
Según cifras del Informe Estadístico Nacional del Ministerio de Desarrollo Social, hasta marzo de 2023 había 20.144 personas viviendo en situación de calle en Chile. Sin embargo, organizaciones sociales como el Hogar de Cristo estimamos que la cifra real es mucho más alta: cerca de 40 mil personas.
¿Y qué sucede en la calle mientras estudiamos y contamos cuántos son?
En este nuevo escenario de delincuencia asociado al narcotráfico, no solo se perpetúa la violencia, sino que se ensancha el abismo entre las personas en situación de calle y la sociedad. Esa distancia, prejuiciosa e injusta, fomenta el miedo y la exclusión, desgastando el tejido de confianza en la sociedad, crucial para que los más vulnerables puedan recuperar sus vidas.
“Que nos maten en la calle no es de ahora; ya sea por el frío, el hambre, enfermedades o ataques, siempre hemos vivido en peligro. En los 90, los cabeza rapadas nos atacaban brutalmente y ahora son los narcotraficantes quienes nos persiguen”, sostiene Sergio. Frente a su lucidez, qué se puede agregar.
En 2023, fallecieron cerca de 400 personas en situación de calle. La hipotermia fue la principal causa. Sin embargo, lo realmente alarmante es que el homicidio emergió como la segunda razón más frecuente, revelando así una dura realidad que no vemos y parece no importar.